Diario de días raros

Hoy ha muerto un hombre, uno entre miles. Pero era él, no otro. Tu padre, un esposo… Estaba vivo y de pronto murió. Sin más.

Quiero decirte a ti, María, María también de Mar y espuma blanca como esta rosa, que lo duro está por venir. Nosotros le llamamos muerte, pero sólo es falta de vida, de la que no conocemos los pobres mortales que existimos condenados a no tener respuestas.

Hoy he sentido que todo se hacía diminuto, insignificante. A mi me durará unas horas, a ti no. Es tuyo. Sólo tuyo. Quisiera darte mil cosas, mi mano, y a través de ella que vieras el dolor un segundo y me soltaras, y que ya todo hubiera pasado. Pero eso no es posible.

Me dueles María, y contigo todos mis muertos. Yo misma.

La extraña “fiesta” de los humanos y la muerte.

Ha sido dulce. Duro pero rápido y dulce.

Te acompañará siempre.

Cuando llores.
Cuando lloren.
Cuando le huelas.
Cuando haga un año.
Cuando tomes decisiones.
Cuando tengas a tu hijo entre tus brazos.
Cuando estés enferma.
Cuando seas feliz.
Cuando la vida se te haga pequeña.
O grande.
Cuando estés sola.
Cuando todos te rodeen.
Cuando cumplas 70 años.
Y cuando llegue tu hora.
Siempre.

Y nadie podrá nunca entender, sólo dejar que hables o quedes en silencio.

Hoy es uno de tantos días raros, pero no mío, hoy murió algo que parecía no se iría nunca. Una vez más nos queda una enseñanza que como dijo Lobo no aprenderemos. Hoy beberé por ti. Por tu pasado mañana. Y por tus momentos de soledad aunque mucha gente te acompañe, sobre todo, por tus momentos de soledad cuando ya nadie te acompañe.

Os regalo esta flor que no me ha costado nada.
Y toda mi fe.

Tu compañera de Mares raros.